El filósofo Diógenes visitado en su tinaja por Alejandro Magno y su séquito. Óleo pintado en 1848 por el inglés Sir Edwin Landseer (1802-1873)
El megalómano Alejandro Magno, de excursión por Atenas con su séquito de adoradores, quiso conocer en persona al filósofo Diógenes,
para lo cual le condujeron a la precaria tinaja donde aquel vivía. Cuando lo encontró, se ofreció a concederle cualquier cosa que desease.
Diógenes le pidió que se apartase de delante, porque le estaba quitando el sol. A los filósofos cínicos (palabra derivada del griego 'perro')
como Diógenes o su viejo maestro Antístenes, se les llamaba así porque vivían, voluntariamente, en una miseria similar a la de los perros,
renunciando a posesiones, materialismo y vanidad. Tanto es así, que aparte de su bastón y sus andrajos el único objeto del que Diógenes
se acompañaba era un farol, que encendía cada mañana y con el que se paseaba en pleno día por las calles de Atenas, gritando: "¡Busco
un hombre honesto!" Para los cínicos, no era más feliz el que más tiene, sino quien menos necesita. Eran además expertos en identificar y
criticar a la cara los egoísmos y mezquindades de la gente; (cosa que a nadie le suele entusiasmar.) Quizá por esa razón la palabra acabó
utilizándose de manera injustamente despectiva. La escena entre Diógenes y el poderoso conquistador macedonio parece ser que sucedió
realmente; los acompañantes del monarca se dispusieron a castigar a Diógenes por su 'falta de respeto a la autoridad', pero el hijo de Filipo
les detuvo y proclamó que si no fuese Alejandro le hubiera gustado ser Diógenes. (No se lo creía ni él.) Más de dos milenios más tarde, en
1848, Sir Edwin Landseer pintó una versión al óleo de la famosa anécdota, cuya peculiaridad estriba en que en ella tanto el sabio Diógenes,
como el soberbio Alejandro Magno, como su corte de mediocres lameculos, son todos perros. La obra está en la Tate Gallery de Londres.
para lo cual le condujeron a la precaria tinaja donde aquel vivía. Cuando lo encontró, se ofreció a concederle cualquier cosa que desease.
Diógenes le pidió que se apartase de delante, porque le estaba quitando el sol. A los filósofos cínicos (palabra derivada del griego 'perro')
como Diógenes o su viejo maestro Antístenes, se les llamaba así porque vivían, voluntariamente, en una miseria similar a la de los perros,
renunciando a posesiones, materialismo y vanidad. Tanto es así, que aparte de su bastón y sus andrajos el único objeto del que Diógenes
se acompañaba era un farol, que encendía cada mañana y con el que se paseaba en pleno día por las calles de Atenas, gritando: "¡Busco
un hombre honesto!" Para los cínicos, no era más feliz el que más tiene, sino quien menos necesita. Eran además expertos en identificar y
criticar a la cara los egoísmos y mezquindades de la gente; (cosa que a nadie le suele entusiasmar.) Quizá por esa razón la palabra acabó
utilizándose de manera injustamente despectiva. La escena entre Diógenes y el poderoso conquistador macedonio parece ser que sucedió
realmente; los acompañantes del monarca se dispusieron a castigar a Diógenes por su 'falta de respeto a la autoridad', pero el hijo de Filipo
les detuvo y proclamó que si no fuese Alejandro le hubiera gustado ser Diógenes. (No se lo creía ni él.) Más de dos milenios más tarde, en
1848, Sir Edwin Landseer pintó una versión al óleo de la famosa anécdota, cuya peculiaridad estriba en que en ella tanto el sabio Diógenes,
como el soberbio Alejandro Magno, como su corte de mediocres lameculos, son todos perros. La obra está en la Tate Gallery de Londres.